domingo, 3 de noviembre de 2013

Equipo Comenius - Polonia


Una semana de Comenius en Polonia da para mucho: para muchas horas de vuelo en avión, muchas horas de transbordo en aeropuertos intermedios, para conocer, reunirse y trabajar con mucha gente de otros países: finlandeses como Harry, italianas como Marina, polacas como Ola, turcos como Fatih, estonas como Agnes, rumanas como Steluta, también con niños y niñas de estos países que viajan para conocer y convivir con otros niños y niñas. Da para conocer ciudades tan bellas como Cracovia (Krakow) donde el paseo de sus calles te traslada a otra época, a otra cultura: del barrio judío al mercado de los paños, entrando en iglesias que abren sus puertas y dejan entrar a sus claustros, sus coros, a sus salas llenas de silencio y de personas. Escuchando el sonar truncado y horario de la trompeta en la torre más alta de la ciudad. Todo ello en silenciosa convivencia, rodeados del verdor de sus parques y jardines, con el lento fluir del Vístula reflejando la ascensión de un globo blanco. Música en sus calles, bailes en sus gentes.

El Comenius de la convivencia, con saltos de época en el colegio que nos recibió en Lubaczów con color y calor, con folklore y flores. Donde las aulas están llenas de vida y de curiosidad, con plantas y mesas que no están ancladas al suelo, los pasillos repletos de criaturas asombradas y las aulas infantiles tan acogedoras y vividas que invitaban a entrar y compartir sus juegos. El olor a sopa invade nuestras pituitarias y el recuerdo de los buenos días pasados, del conocimiento y la experiencia compartida hace que nuestra amistad se haya reforzado y las ganas de conocer y descubrir hayan aumentado. Reconocimos el dolor y la barbarie en Auschwitz y Birkenau donde el nazismo quiso someter a la humanidad. Recorrimos kilómetros subterráneos en las minas de sal de Wieliczka. Malopolska, la pequeña Polonia nos conquistó y Podkarpacie, la Galicia polaca nos atrapó literalmente. Palabras como Tarnow, tak, dziękuję, piwo, dzień dobry, do widzenia, Rzeszow, Lubaczów suenan ahora reales y vividas. Estuvimos allí, el Tamujal lo estuvo y quien quiso trasladarse allí con Visi, Cibrán y conmigo, allí llegó. Un trabajo y un placer.

Fernando Cabrero.

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